sábado, 29 de noviembre de 2014

imaginación

Son las cinco de la tarde, aquí “evening” porque ya anochece. El barrio es nuevo y necesito coger el metro en Bethnal Green, o algo así. Cruzo el túnel y reparo en que eso es lo único que sé acerca de cómo llegar al metro. Dos hombres, probablemente indios, caminan por la derecha hacia mí. Hablan animadamente mientras uno de ellos se lleva el último pedazo de una muffin de chocolate a la boca. Me dan confianza. Yo también estaba comiendo –una rebanada de pan de molde integral-. Pongo en práctica mi inglés universitario, esta vez con bastante éxito. Efectivamente son simpáticos. Me dicen que también van para allá y que me una a ellos. Ya aprovecho para averiguar cosas sobre el barrio. Les cuento que soy nueva. El más joven de ellos me comenta que justo la zona por la que caminamos es poco segura porque hay pocas cámaras de seguridad, mejor no aparcar el coche ahí. El más mayor, de rostro agudo, o quizás la agudeza proceda de sus  lentes finas y redondas, se interesa por mi, por mi profesión, por lo que hago aquí, lo que quiero hacer, por qué no estoy en mi país, cuál es mi país… Yo le contesto sin pensar mucho en la respuesta, todavía me cuesta el inglés y me concentro más en la corrección gramatical de mis oraciones simples y subordinadas con verbos atributivos o transitivos, con objeto directo o indirecto, o ambos. Sí, le comenté que en “is pain” era profesora y que aquí hago smoothies. El hombre, rebuscando en todos los bolsos de su traje y de su gabardina, me dijo que me iba a dar su tarjeta porque, no sabía, pero quizás me pudiera ayudar. Yo no entendía muy bien qué pasaba pero le di las gracias. El otro, el joven, rellenó el silencio de búsqueda de tarjeta informándome de que ese hombre era muy bueno, se dedicaba a las finanzas y había sido su profesor de economía. Seguimos caminando. Para ser sincera yo estaba bastante emocionada por haber conocido a una eminencia de las finanzas que quería ayudarme.  Por fin el hombre me entrega su tarjeta, la miro sin ver, doy las gracias de nuevo y me la guardo en el bolsillo de mi abrigo rojo. Entonces viene la pregunta, la pregunta clave de la vida, posiblemente, y que yo contesté con lo primero que se me vino a la mente, pero que estoy segura que venía del corazón o del alma o de ese lugar que escondo porque digo ¿para qué? ¿a quién coño le importa esto? Pues se lo dije al maestro de las finanzas, que seguramente es, no sé si al que menos le importaba, pero sí una de las personas más ajenas a saber cómo gestionar la información. Aunque de todas formas, era un maestro y como tal me ha dado qué pensar. La pregunta era ¿cómo te ves tú en la vida en un futuro, digamos de cinco años? Sí, es la típica pregunta de las entrevistas de trabajo en la que tienes que demostrar que posees ambición y quieres escalar puestos en la empresa y dices subiendo la ceja y torciendo un poco la boca: “me veo con más responsabilidades,  dentro de cinco años habré desarrollado muchas de mis capacidades y podré tener a muchas personas bajo mi mando, me veo como un directivo, con un alto cargo”. Bueno, pues yo también he pensado a lo grande, lo grande para mí, claro. He dicho, me veo llevando a cabo un proyecto mío. El hombre se ha interesado mucho. ¿Ah, tienes un proyecto? Le podría haber dicho que sí, que tengo un montón que nunca termino, pero he preferido parecer más seria diciéndole que sólo era uno, es decir que estaba concentrada en una sola cosa. Tengo un proyecto que se llama Taller de Imaginación, está orientado a niños, pero también tengo ideas para aplicarlo a adultos. Que ¿en qué consiste? Se trata de crear un ambiente creativo en el que predomine el juego y los participantes usen su imaginación en distintas situaciones a las que serán expuestos. El hombre permanece pensativo. Mientras, seguimos andando y yo me doy cuenta de que no he prestado atención al camino, que es casi  de noche y que no voy a saber volver más tarde. Después de cruzar un paso de cebra el hombre me pregunta ¿pero por qué crees que es importante que la gente utilice su imaginación? De nuevo, sin pensar y deduzco que alentada subconscientemente por la sobredosis de mundo frenético que me envuelve, le contesto que para desconectar del mundo. El hombre abre la boca, comienza una frase que no termina. Su joven amigo se para. Hemos llegado a Bethnal Green. Yo sonrío para darle las gracias por haberme guiado pero enseguida devuelvo la mirada al maestro de las finanzas. Su boca ya se ha cerrado y tiene el gesto de continuar su marcha. Tengo la sensación de que iba a decir algo importante, una información, un juicio de valor erudito sobre lo equivocado de mis ideas, un consejo quizás, una revelación… pero no dice nada, mueve su mano en dirección opuesta a mí en señal de que se marcha. Yo intento retenerle, les pregunto qué van a hacer ahora, si tienen prisa. Van a la oficina, se van, es definitivo. No hay información para mí.

Bajo las escaleras del metro pensando en el Taller de Imaginación. Me gusta mucho esa idea. La tuve hace tiempo, pero fue el año pasado cuando decidí desarrollarla, con bibliografía y todo. Aunque leí bastante no pasé de escribir cuatro páginas. Pero lo tengo guardado en la carpeta de proyectos (si esto me sirve de consuelo). Seguí pensando, como supongo que inevitablemente y por desgracia hacemos casi todos, en qué habría pensado el hombre de mí. Que qué beneficios económicos iba a producir la imaginación. Que era una idea que no valía nada y que había malgastado una tarjeta conmigo.  Luego pensé en su pregunta, hacía buenas preguntas el tipo, ¿por qué creía que la imaginación era importante para las personas? Antes dije para desconectar del mundo, creo que en realidad quería decir para desconectar del miedo. En los últimos días he tenido bastantes miedos. Miedo a quedarme en la calle. Miedo a no tener dinero. Miedo a fracasar. Pero miedo también a triunfar y cambiar. Miedo a dejar de ser yo –ego haciendo ruido en el preámbulo de su muerte-. El miedo es imaginación. No existe. Nosotros lo creamos. Por eso pienso que un taller de imaginación puede ser muy útil. Utilizando la imaginación, haciéndonos conscientes de que es una herramienta a nuestra disposición nos volvemos, mucha gente diría poderosos, yo digo nosotros mismos, pues el cerebro es nuestro, es normal que sepamos utilizar sus herramientas de manera beneficiosa para nosotros. Por ejemplo, si tú tienes un coche y sabes que el volante está conectado con las ruedas, cuando quieras girar las ruedas a la derecha ¡¡¡no moverás el volante a la izquierda!!! Eso sería de zolopendrio, muy bien. Pues si tienes imaginación ¡¡¡tampoco la uses para sabotearte la vida!!!

Quizás el maestro de las finanzas no me diera ninguna respuesta pero me formuló la pregunta adecuada!

Dando vueltas a este rollo de la imaginación he caído en la cuenta del misterio que la envuelve. De cómo a través de ella podemos saltar de una situación a otra. De un estado de ánimo a otro como por arte de magia, como accionar el interruptor de la luz. Por ejemplo, el otro día estaba en el metro, un agujero en pleno agosto pero sin cielo, la gente tiene prisa… ya sabéis cómo es aquello. Yo estaba hasta la polla, o hasta el coño o la coronilla o todos juntos, ese día o en ese momento, arriba del todo de unas escaleras mecánicas infinitas y con una inclinación vertiginosa. No sé qué me habría pasado, probablemente sólo estaba cansada y quería volver a casa pronto y cenar y no tener que compartir mi espacio vital con cientos de personas con las mismas ganas que yo de llegar a su casa, entre empujones, resoplidos y olores desagradables. De repente y sin venir a cuento erguí mi postura, saqué pecho y cerré los ojos. Decidí que prefería estar en la cima de un acantilado y sí, sentí el viento dándome una buena bofetada de aire fresco. Luego me lancé al mar de cabeza, con ese movimiento sensual de sirena que ondula el culo respingón y escamoso para una vez dentro del agua saludar con la cola. Qué frescura y qué liviandad poder nadar por encima de todas las personas que caminaban bajo el suelo. Conmigo avanzaban tortugas marinas y peces de colores haciendo burbujas de aire. Antes de que pudiera darme cuenta de que no tenía branquias ya había llegado mi tren y yo estaba sonriente disfrutando del viaje, todavía flotando en mis recuerdos imaginarios, impregnada de sensaciones que realmente había vivido.


En otra ocasión, recuerdo que estaba totalmente agotada, un día loco de beber mucho café y comer poco, patearse la ciudad bajo la lluvia sin paraguas mirando ratoneras a precios de yate con piscina y pensar ¿pero dónde coño me he metido? Ya en el metro, rodeada de desconocidos completamente ajenos a mis sufrires, me repliego sobre mí misma enumerando quejas de todo lo que no me gusta, una cosa detrás de otra y cuándo se termina vuelvo a empezar, pero quizá haciendo un salteado y concentrándome más en una de las cosas que antes había pasado un poco por alto y luego vuelvo a resarcirme con aquella y bueno, no sé si lo habréis probado, pero una se puede tirar así horas con el prodigioso resultado de que el pequeño copo de nieve después de rodar por toda la montaña se ha convertido en una temible avalancha de mala ostia… pues justo en ese momento previo a la explosión se apagan las luces del metro, aminora la velocidad y se oyen ruidos de maquinaria que se choca. Nos paramos. Por unos segundos pienso lo peor. Una bomba. Ahora todo explota, salimos volando entre las piedras y adiós muy buenas. Entonces veo a dios y sí, me lo imagino barbudo y de blanco –por más que me empeño en trabajar mi imagen de dios como un ente sin género- el caso es que le veo y se está partiendo el culo, señalándome con el dedo y diciéndome ¡esto era la vida albita! ¡un chiste! ¡ja ja ja ja ja…! Y se ríe a carcajadas. Está sentado en su trono que es una silla de madera marrón oscuro encima de una nube sobre un fondo azul obviamente cielo y la toga se le ha caído hacia dentro de tanto golpear el suelo y darse palmadas en la pierna entre carcajada y carcajada, de modo que puedo ver su pantorrilla, no tiene un solo pelo, o a lo mejor son blancos. ¡Todo es un chiste, tonta! Sigue riendo.  Un chiste y yo aquí overthinking a todo trapo ¡¡¡para nada!!! Porque vamos a acabar todos en el mismo sitio, pienso mientras dios sigue descojonándose en mi cara. Inmediatamente vuelven las luces, el metro se pone a funcionar de nuevo, coge velocidad y yo… yo sonrío y dejo de dar vueltas a cosas que posiblemente no merezcan tanta importancia, porque puede que la vida sea un chiste y aunque no lo fuera, los que se ríen ¡eso que se llevan!

martes, 23 de abril de 2013

En busca del S O L


Vivimos confundidos buscando verdades desde nuestros mundos subjetivos. Y lo que para unos es amor para otros es amistad, para otros rutina, para otros sexo, para otros dolor, para otros nada… y lo será, lo será todo en cada cabeza y cada momento. Y sobre todo será soledad. Eso es lo que nos queda, sabernos dentro de nosotros mismos después de habernos compartido con alguien. Barrer los pedazos de las personas a las que un día comprendimos, echarlas fuera y reconocernos. Quizás vacíos, pero no es cierto. Es un reencuentro con un viejo amigo, alguien a quien hemos odiado, de quien nos hemos cansado y a quién finalmente hemos terminado aceptando, al fin y al cabo es quién mejor ríe nuestros chistes. Simplemente soledad, tan auténtica y pura como la verdad.

domingo, 31 de marzo de 2013

Microrrelatos

MAR

Con la cabeza inclinada, la guió hasta el borde de sus labios. Allí su lengua la recogió, ávida, moribunda, como a un soplo de aire que sobrevive vagabundo en las profundidades del océano. Qué ricas están las lágrimas, se relamió.

Era tan dulce que cada día se tenía que esforzar para llorar un poco.


ADIOSES MUDOS

Ya ha recogido sus cosas, todo empaquetado debidamente en su correspondiente equipaje. Por una vez en su vida sus maletas no son un barullo apresurado de pertenencias escogidas al azar, sino que se corresponden con aquella lista cuyo último elemento acaba de tachar. Cepillo de dientes.

No tiene nada más que hacer, sólo esperar que llegue la hora de coger el autobús. Sentada en el sofá del cuarto de estar escucha el anodino fluir de la vida familiar. Las otras hacen sus cosas: barren, ponen lavadoras y se ven atareadas como si no existiera nada más importante que las labores del hogar.

Quedan sesenta minutos que podrían gastarse cálidamente alrededor de una mesa charlando bajo los aromas del café. Qué va. 

Vuelve a su habitación, sin sábanas, sin libros, sin ordenador. Tan sólo el polvo la pertenece. 

Abre la ventana. Quedan cincuenta y dos minutos para que salga el autobús. 
Se marcha.

CUÁNTO

Tanto mundo por descubrir, lugares, plantas, animales, que jamás haya podido imaginar… la vida más allá de las cuatro paredes, de la caja tonta, de las compras y los coches y las tiendas y las conversaciones superfluas y el drogarse como rutina, hasta ese sagrado momento de conexión con la conciencia más allá de los límites habituales, hasta eso, entre las calles, de los coches, de las casas, de las hipotecas, de los bancos que manejan nuestras vidas, hasta eso se hace por rutina. Y ya no vale. Ya no sirve de nada sentir el polvillo blanco abrasándote el cerebro.


¿AMAR?

Gestos que se traducen con palabras contradictorias, preguntas para la amante de la verdad a quien traiciono en nombre del amor,
no lo entiendo, 
si no se puede amar sin pintarse uno mejor de lo que es, 
si no se puede ser libre 
y amar.

- El amor es bonito, pero el amor de verdad creo que no tiene nada que ver con la pareja.




viernes, 8 de febrero de 2013

Viajes

Momentos sin identidad
pura esencia desvelada
capa a capa de mi ser
¡soy yo! ¿quién me ve?

Acaso las farolas,
el hombrecillo verde
que parpadea en la otra acera

¿A quién le importa?
A mí, sola, a mí
Y dentro de unas horas
ni siquiera eso.

Que os jodan, pues
que me jodan

en mi cuerpo nítido
agarrado al cemento
allá en el futuro
inconsciente del aire.


domingo, 2 de diciembre de 2012

Meditaciones profundas camino de la uni

Camina por el puente de la Barqueta. Vislumbra una figura masculina al fondo. Mira al suelo fijamente y cuando os crucéis levanta la vista para otear el terreno. Africano. Venezolano. Gilipollas. Piensa que ha sonreído como un gilipollas. Suavízalo con la idea de que quizás lleve mucho tiempo viviendo en Europa. Ahora reconoce que está bueno pero no te des la vuelta para mirarle. Mierda, te la diste.

Admite que necesitas un polvo. Afírmalo. Duda ante la idea de con quien. Viaja en el tiempo hasta la última vez. No, no pienses cuánto hace. Hace lo suficiente para que sepas que no puede ser con cualquiera.

Piensa que con cualquiera, cuando él termine –das por hecho que tú no–, te echarás a llorar como una magdalena. Pon cara de extrañada. No sabes por qué se dice llorar como una magdalena. Piensa que quizás sea por María Magdalena. Haz memoria. Acuérdate de que era la novia de Jesús y por eso lloraba tanto cuando le crucificaron.

¿Jesús tenía novia? Pregúntatelo y acto seguido imagínalos juntos, escondidos tras los matorrales de Nazareth. Santíguate y ríete en voz baja para aplacar el remordimiento. Pero no evites pensar en lo bueno que está Jesús.

¡Basta!  

Sólo dedica unos segundos a evaluar muy en serio si elegirían una imagen de un dios buenorro a posta para que las mujeres fueran a misa. Melena castaña, ojos azules, barbita, torso desnudo, taparrabos. ¡Qué provocación! Sin duda. 

Por favor, cambia de tema.

Se te pasa por la mente Bob Marley. La idea de que él fuera su reencarnación te resulta atractiva.

No, Jimmy Hendrix no. Robert Nesta Marley. Sus aires de profeta unificador del pueblo jamaicano encajan mejor con el perfil.

Piensa en cómo te gustaría hacértelo con Bob y disfruta, ahora ya no tienes que santiguarte.

Espera. Ves los dedos ágiles de Jimmy haciendo el amor con las cuerdas… Imagina qué música podría arrancar de tu cuerpo.

¿Deberías santiguarte ahora por ser infiel de pensamiento a la reencarnación de Jesús?

Baraja la posibilidad de que se reencarnase en dos cuerpos distintos, el de Bob y el de Jimmy. Has leído sobre gente que le sucedió así. Piensa eso. Mejor. Ya que eres incapaz de elegir entre uno de los dos.

Piensa que hacérselo con Bob tiene que ser mágico. Rastafar I, fiero como un león adulto, volando lejos con cada sacudida y cuando abra los ojos, la ternura del cachorro. Sonreiría, crees que en algún momento, te miraría y sonreiría. Te imaginas que estaría fumado. Tú también. Jimmy también estaría colocado de algo.

Siente la lycra de tu ropa interior adentrándose por la línea divisoria de tu trasero. Sigue caminando, no te molesta. De hecho contribuye al pensamiento de hacértelo con Jimmy. Por todas partes. Crees que sería eléctrico.

Imagina dos cuerpos anárquicamente curiosos que se recorren intrépidos, palpando cada recoveco como si fuera el acorde desencadenante de la catarsis final. Pero no hay final sino una catarsis tras otra. Siéntete húmeda.

Definitivamente no puedes quedarte sólo con uno. Crees que los dos son la reencarnación de Jesús. Tiene sentido. Los dos son negros, vivieron en los sesenta... Te quedas más tranquila.

Recréate durante varios minutos con la imagen de vuestros tres cuerpos moviéndose instintivamente bajo los efectos de la hierba santa, el LSD y todas esas cosas de los hippies.

No te tropieces, o al menos procura no caerte. Si te caes, levántate y anda. Mira hacia ambos lados buscando un posible testigo. Nadie. Siéntete afortunada.

Vuelve a tu fantasía. Aunque no te has visto en otra mejor, te das cuenta de que llegados a un cierto punto terminaríais –porque con ellos dos en estas circunstancias… sería imposible que tu capacidad multiorgásmica fuera desaprovechada –y lo fundamental es que en ese momento tú podrías echarte a llorar con tranquilidad. Aunque es obvio que hay menos posibilidades que con cualquiera. Pero podrías, esto es lo importante. Deduces que Bob sacaría su guitarra y empezaría a cantar No woman, no cry.

Perfecto, cuatro palabras suyas bastarán para sanarte. Corrígete: son tres palabras, el no está repetido. Que te dé igual. Crees que le amas.

Mira a Jimmy. Está en la cama, con la guitarra apoyada sobre su otro instrumento deslizando los dedos aún dulces y calientes por las cuerdas, como si fuese otro amante a quien convulsionar con nuevos orgasmos eléctricos encima de su pelvis.

Sube por las escaleras de la facultad. Siéntete culpable por dejar a Jimmy insatisfecho. Escandalízate: ¡¿En qué estabas pensando?!

Llega a la tajante conclusión de que follarte a los dos a la vez es demasiado para ti y que además están muertos –y seguramente reencarnados. Déjate envolver por la esperanza.

Pregunta en la uni si alguien sabe quién es la siguiente reencarnación de Jesús. Nadie lo sabe, pero te miran como si fueras una apestada. Aléjate de ellos caminando por los pasillos.

Pídele al padre de Jesús que, por favor, esta vez su hijo no se reparta en varios cuerpos, que se te hace difícil… amarle. Cuando te diga que hables mejor con su madre, piensa que tiene razón. Saluda a María, aunque no tengas muy claro que sea su madre –la biblia siempre te pareció un libro con muchas lecturas –además dice que está menopáusica. No entiendes qué tiene que ver con tu petición pero esa es su respuesta. Bueno, ya que estás pregúntale por qué a veces te echas a llorar durante o después de –busca una palabra adecuada, que estás hablando con una divinidad – la unión carnal. Escucha atentamente las palabras: a veces también te dan ataques de risa y no te quejas tanto. Reconoce que es verdad y cuando te diga que a los hombres les resulta igual de inesperado y espeluznante tanto lo uno como lo otro, siéntete confusa. 

Dale las gracias a María, al fin y al cabo te ha abierto nuevos horizontes. Y también a dios, por presentártela.

Piensa en lo difícil de la condición humana. Pregúntate si te pareces más a un animal humanizado o a una humana animalizada. Encógete de hombros, arruga el hocico y entra en la clase de Filosofías del Mundo.

Siéntate en la última fila y escucha al profesor. Abúrrete como un gato, con elegancia. Ponte a escribir. Vomita tus pensamientos de camino a la uni sobre el papel. Intenta hacerlo al estilo de Lorrie Moore en Autoayuda. Piensa que no tienes ni puta idea, pero diviértete haciéndolo.

Léelo una y otra vez. No se lo enseñes nunca a nadie.

domingo, 25 de noviembre de 2012

¿Juegas?

A veces quizás siempre, el mundo-vida Munví Dodá te habla. 

Quizá siempre. Es verdad, es como una cotorra sabia que se deshace en un lenguaje mixto de letras con carne, susurros y cebolla con salsa de tropiezos y esperas a la desesperada. ¿Con o sin pereza? no te pregunta, pero es posible que tú le pongas miedo. El factor educativo sin el cual habría sido imposible desaprender el código y que no te atragantes a cada bocado. Qué aproveche. 

Claro que... ¡estamos en Munví Dodá! somos suyoas, y no podemos escapar de sus señales y directrices. Por mucho más que menos, sumar restar, siempre es igual, osea indiferente y será: la acción de aquellos aprendices que quieren jugar a controlar nuestrosu-el juego. ¿O serán ya piezas de Munví Dodá? aquí entre nosotroas y allá, quién sabe. Jugando. Sean quienes sean ¡lo que sea! ¿qué más me da? Si está aquí en mi dualescente concupiscencia evanescente ¡Mundí Dodá haciendo peripecias! 
Porque las hace. Ha tenido que aprender malabares y funambulismo e incluso Matrix Reloaded. Es que no le hacíamos ni puto caso. Ahora ya sí, inevitablemente la veréis y sentiréis y no os quedará otra que reaprender nuestrosu lenguaje. Os lo aviso porque no pasa nada. O yo, al menos, no se lo que pasa. 
Pero es bonito. 

Un guiño invisible, 
                                        como un sombrero aliviando el cegador sol de invierno. 



.......EsCucHa & jUeGA........

viernes, 9 de noviembre de 2012

Basado en hechos reales: Málaga, 20 de Agosto de 2011


Volviendo hacia el caluroso zulo, después de horas de parranda, litros y humo, sentí las rodillas débiles y las plantas de los pies doloridas. A mi vera los mismos pasos hablaban... hablaban de algo... quizá reían también. Mi mente no alcanzaba a hacer el esfuerzo por comprender, estaba en un estado liviano, casi dormida, mientras mi cuerpo se resignaba a la mala vida. Una baldosa, tres baldosas, una caca. Baldosa roja, baldosa blanca. Voces, incluso voces dialogantes capaces de bailar en un flujo continuo y acompasado. Palabras que caminaban con nuestros pies. Pies que miraban al fondo de la ciudad deseando que surgiera de entre los edificios el lugar donde reposar. Silencio también, y luego más charla.

Un león en mitad del camino. ¡¿Qué digo?! Sí, sí,  un león de cuatro patas, de los de la selva. Era gigantesco y hermoso, su piel brillaba con distintos matices a la luz de las farolas mientras sus frías garras arañaban las baldosas en un movimiento lento y contundente. La pura escena me estaba poniendo los pelos de punta ¡un animal salvaje paseando en soledad lejos, muy lejos de la que pudiera ser su casa! Mis órganos, antes agotados y olvidados, se revitalizaban al sentir este escalofrío punzante penetrar por todos los poros de mi cuerpo, hasta la coronilla. Me pareció despertarme de un antiguo letargo, pero no tenía tiempo de lavarme la cara. El león se dirigía hacia nosotros. Miré a mis amigos y sorprendentemente ninguno se inmutó, parecían en una realidad paralela. Volví mi mirada al león y, de nuevo a mis amigos. Ambos estaban allí y sin embargo parecían no saber de su existencia. Yo era el único nexo entre estas dos situaciones dispares. Sentí los ojos de la fiera sobre mí, eran alargados con un ribete negro muy pronunciado y pestañas como mariposas que contrastaban con su figura feroz y amenazante. Entonces me pregunté si acaso los leones eran capaces de sonreír pues no conseguía dilucidar cuál era esa expresión suya, tan desafiantemente comprensiva.

Le devolví la mueca como un fiel reflejo. Las comisuras de mis labios se elevaron con sutileza de modo que los dientes permanecieran invisibles. A medida que le imitaba me adentraba en otro mundo. Era curioso e inquietante apreciar como crecía algo nuevo en mí a raíz de un movimiento tan nimio como lo era este esbozo de sonrisa. Nuestros ojos estaban clavados los unos en los otros, se decían cosas en un idioma ininteligible para cerebros acostumbrados al lenguaje. Mis percepciones seguían evolucionando a la vez que el león y yo nos acercábamos, sino en un plano físico, en un plano desconocido. La forma de mis labios ahora estaba también en mis ojos, y en los suyos siempre había estado. No era algo que se pudiera expresar con el cuerpo, sólo sentirse a un nivel profundo. Retando a la inefabilidad de este momento podría enredarme explicando como de mi garganta surgía una alegría demoledora que crecía en forma de espiral hasta envolver por completo mi cabeza. Parecía que el detonante de esta inusual actividad emocional fueran mis propios labios que contagiados por la expresión felina habían filtrado parte de su esencia y ahora él se movía en mí.

Podría enredarme, pero era como descojonarse por dentro sin mover una pestaña; era ESTAR FELIZ y como consecuencia NO TEMER NADA.

Era extraño: dentro de mí un universo de experiencias y fuera la rutina y la normalidad que devienen de la solidez del mundo físico. Volví al universo y sentí como si hubieran pulido y abrillantado mi interior con una máquina especializada en esta tarea.  Entonces miré a la fiera salvaje y ví, por primera vez ví desde el medio de mis ojos, claro y difuso como una imagen distorsionada por el calor en la distancia, el rostro de mi amigo, tu rostro. Por supuesto que los leones no sonríen.

Corrí a abalanzarme sobre él, que se puso a dos patas para recibirme con un abrazo que me tiró al suelo. Desde ahí sentí su lengua porosa haciéndome cosquillas en la cara. No podía dejar de reír. Le agarré una de sus patas delanteras, eran cálidas y suaves a la vez que fuertes y robustas, luego su melena color tierra enredó mis manos en el afán por alcanzar su boca, su nariz, sus bigotes. Sus ojos. Ahora te reconozco y aún así no doy crédito. Tenía tantas preguntas que hacerle, que hacerte.

Sin embargo el alba estaba cerca y mis ojos se cerraban. Menos mal que él estaba allí. Me subí sobre sus anchos lomos y la bestia amiga comenzó a caminar por la ciudad con un paso ondulante e hipnotizador. Por un momento creí estar de nuevo bañándome en el mar. Sus cuatro voluptuosas extremidades se movían por turnos dibujando una loma tras otra bajo mi cuerpo, que en comparación con sus vastas dimensiones parecía diminuto. Mis manos se aferraban a su espesa melena rojiza mientras mis glúteos se dejaban masajear por los andares felinos. Las ondas relajantes llegaban hasta la cabeza, en dónde los ojos luchaban por mantener la vista firme en los árboles atrapados por el asfalto. Ahora podía oírles, las raíces pedían libertad mientras las hojas tosían sin parar. Finalmente dejé que mi cabeza se zambullese en una confusión de cabellos rojizos, castaños y dorados.

Era de día y caminaba arrastrando los pies por las calles que acababan de poner, pues bien es sabido que a altas horas de la madrugada las calles aún no están puestas. En consecuencia todo lo andado anteriormente había sido en vano. Luego de más charla hubo silencio también. De entre los edificios surgió el lugar donde reposar cumpliendo el deseo de los pies que miraban al fondo de la ciudad. Las palabras caminaban con ellos tomando forma de voces. Incluso voces dialogantes capaces de bailar en un flujo continuo y acompasado. Baldosa blanca, baldosa roja. Una caca, tres baldosas, una baldosa. Mi cuerpo se acostumbraba a la mala vida mientras mi mente casi dormida en un estado liviano no alcanzaba a hacer el esfuerzo para comprender. También reían quizá… hablaban de algo… hablaban los mismos pasos a mi vera. Las plantas de los pies doloridas y las rodillas débiles, después de horas de parranda, litros y humo llegamos al caluroso zulo.

Me desperté con el viento que silbaba entre las hojas de los árboles. No era un silbido normal, sino que pude descifrar con claridad entre esta melodía una canción de amor en la que las hojas expresaban su gozo al ser acariciadas por el viento y el viento no podía resistirse de tocarlas cada vez más intensamente. Mi cabeza estaba apoyada sobre la del león y mis brazos trataban de abarcar todo su cuello sin conseguirlo. Ya había amanecido y estábamos subiendo una montaña. Me incorporé y sentí como rezumaba el dulzor de la tierra mojada cubierta por una espesa vegetación. Predominaban los pinos y los arbustos, además de jara y romero, cuyo aroma impregnaba el ambiente llegando a marear mis sentidos. Los pájaros también se veían afectados y añadían coros a la canción del viento y las hojas. Era bellísimo. Fué. Aún sobre sus lomos cerré los ojos y de repente sentí una punzada cortante atravesando mis sienes. Empecé a escuchar interferencias, y las punzadas se prolongaron y agudizaron al son de las mismas. Entonces caí desplomada al suelo, mi tez sintió la caricia de un espeso y pegajoso pelaje. A mi alrededor había todo tipo de fauna roncando y babeando en torno al ventilador, acoplados de cualquier manera, incluso en esta alfombra. Otros se veían acomodados en el sofá, como mi amigo que ojeroso y cabizbajo buscaba algo decente que escuchar en la radio.