jueves, 12 de julio de 2012

Sueños de guerra



        Estamos en el patio de mi casa. Quiénes, no lo se. Gente que quiero seguro. Es un patio en una calle de un pueblo castellano. Aquí no se sabe si la vida es tranquila o simplemente no pasa nada. Imagínate qué impresión nos dio a todos cuándo vimos ese haz de humo hacerse un hueco en nuestro campo visual. Estábamos mirando hacia la pequeña parcelita donde está el árbol y la maleza. Todo pareció ralentizarse para darnos tiempo a preguntarnos qué era eso. Y bruscamente todo se llenó de humo y ya sólo supimos que debíamos correr. Yo quería volver. Volver dentro a través de la cortina de humo. Entrar en la casa. Por favor. Mi madre estaba dentro. 
Alguien tiró de mí y comprendí que estábamos en la guerra. Estábamos huyendo de hombres que nos disparaban. Corríamos por las calles, pero también volábamos por los cielos. Los escenarios se iban sucediendo sin más lógica que la de esta historia. Un gimnasio abandonado. Una playa paradisíaca. Siempre ellos detrás, misteriosos, con sus armas. Qué tipo de armas tenían. Quiénes eran. Nos acorralaron en ese suelo rojo. Nos dieron. Pero cómo mataban. Acaso era la mirada, que desprendía una luz extraña. Acaso con el simple tacto. Recuerdo a mi compañera debilitada, desmayada en el suelo. Me recuerdo a mí misma a punto de no contarlo. Fue un viaje al interior de mi cerebro, que estaba lleno de tubos verdes que hacían espirales, algunos se habían chamuscado y yo me apagaba con impotencia. Pero escuché una voz en mi memoria, que todavía parpadeaba su energía, unas palabras que alguien me dijo: “tú tienes el control de tu vida, tú tienes el control de tu máquina, tu máquina es tu cuerpo, escúchale, pídele, ten confianza”. Esas palabras resonaron con la fuerza de la verdad y encendieron una chispa en mi cabeza que la inundó de luz, restableciendo todos los cables y sus conexiones y creando otras aún  más fuertes. Ahora nadie podía vencerme, había comprendido la clave de mi propio funcionamiento: yo, y sólo yo, tengo el control de mi vida. 
De vuelta a los escenarios particulares de esta historia, luché con más valentía que nunca al lado de mis compañeros y compañeras. Sin apenas hablar entre nosotros, creo que todos empezábamos a ser conscientes de cuál era la clave. Nadie nos podía parar. Aún así era decepcionante vivir este enfrentamiento. Recuerdo a una de nosotras cuando dimos la vuelta a la esquina y nos encontramos con dos hombres adultos, paisanos del pueblo corriendo en dirección contraria a la nuestra. Por unos instantes dudamos. Todas dudamos. Entonces comenzaron a atacar. Uno disparó contra las casas vecinas y el otro hacia nosotras. Despegamos el vuelo y ambos nos siguieron por las nubes. Entonces ella dijo: “Ni si quiera son aliens, son nuestros propios hermanos los que vienen a aniquilarnos”. Claro, quién creías que podía ser. Aunque esa mirada y esa forma de debilitarnos, no era propiamente humana.


       Y esto sólo es un sueño, un sueño que tuve después de ver las imágenes de las “fuerzas de seguridad” a.k.a. “las fuerzas del odio y/o miedo” entrando en las casas de los vecinos de Ciñera, sin llamar al timbre, sólo con sus armas y su sed, como perros del poder a los que les han lavado el cerebro y sólo buscan sangre. 
      ¿Violencia para la gente que sólo quiere trabajar y vivir dignamente? 
      Justicia, ciega justica, no viste cómo te robaron la balanza y ahora hablan en tu nombre valiéndose tan sólo de tu espada.