sábado, 29 de noviembre de 2014

imaginación

Son las cinco de la tarde, aquí “evening” porque ya anochece. El barrio es nuevo y necesito coger el metro en Bethnal Green, o algo así. Cruzo el túnel y reparo en que eso es lo único que sé acerca de cómo llegar al metro. Dos hombres, probablemente indios, caminan por la derecha hacia mí. Hablan animadamente mientras uno de ellos se lleva el último pedazo de una muffin de chocolate a la boca. Me dan confianza. Yo también estaba comiendo –una rebanada de pan de molde integral-. Pongo en práctica mi inglés universitario, esta vez con bastante éxito. Efectivamente son simpáticos. Me dicen que también van para allá y que me una a ellos. Ya aprovecho para averiguar cosas sobre el barrio. Les cuento que soy nueva. El más joven de ellos me comenta que justo la zona por la que caminamos es poco segura porque hay pocas cámaras de seguridad, mejor no aparcar el coche ahí. El más mayor, de rostro agudo, o quizás la agudeza proceda de sus  lentes finas y redondas, se interesa por mi, por mi profesión, por lo que hago aquí, lo que quiero hacer, por qué no estoy en mi país, cuál es mi país… Yo le contesto sin pensar mucho en la respuesta, todavía me cuesta el inglés y me concentro más en la corrección gramatical de mis oraciones simples y subordinadas con verbos atributivos o transitivos, con objeto directo o indirecto, o ambos. Sí, le comenté que en “is pain” era profesora y que aquí hago smoothies. El hombre, rebuscando en todos los bolsos de su traje y de su gabardina, me dijo que me iba a dar su tarjeta porque, no sabía, pero quizás me pudiera ayudar. Yo no entendía muy bien qué pasaba pero le di las gracias. El otro, el joven, rellenó el silencio de búsqueda de tarjeta informándome de que ese hombre era muy bueno, se dedicaba a las finanzas y había sido su profesor de economía. Seguimos caminando. Para ser sincera yo estaba bastante emocionada por haber conocido a una eminencia de las finanzas que quería ayudarme.  Por fin el hombre me entrega su tarjeta, la miro sin ver, doy las gracias de nuevo y me la guardo en el bolsillo de mi abrigo rojo. Entonces viene la pregunta, la pregunta clave de la vida, posiblemente, y que yo contesté con lo primero que se me vino a la mente, pero que estoy segura que venía del corazón o del alma o de ese lugar que escondo porque digo ¿para qué? ¿a quién coño le importa esto? Pues se lo dije al maestro de las finanzas, que seguramente es, no sé si al que menos le importaba, pero sí una de las personas más ajenas a saber cómo gestionar la información. Aunque de todas formas, era un maestro y como tal me ha dado qué pensar. La pregunta era ¿cómo te ves tú en la vida en un futuro, digamos de cinco años? Sí, es la típica pregunta de las entrevistas de trabajo en la que tienes que demostrar que posees ambición y quieres escalar puestos en la empresa y dices subiendo la ceja y torciendo un poco la boca: “me veo con más responsabilidades,  dentro de cinco años habré desarrollado muchas de mis capacidades y podré tener a muchas personas bajo mi mando, me veo como un directivo, con un alto cargo”. Bueno, pues yo también he pensado a lo grande, lo grande para mí, claro. He dicho, me veo llevando a cabo un proyecto mío. El hombre se ha interesado mucho. ¿Ah, tienes un proyecto? Le podría haber dicho que sí, que tengo un montón que nunca termino, pero he preferido parecer más seria diciéndole que sólo era uno, es decir que estaba concentrada en una sola cosa. Tengo un proyecto que se llama Taller de Imaginación, está orientado a niños, pero también tengo ideas para aplicarlo a adultos. Que ¿en qué consiste? Se trata de crear un ambiente creativo en el que predomine el juego y los participantes usen su imaginación en distintas situaciones a las que serán expuestos. El hombre permanece pensativo. Mientras, seguimos andando y yo me doy cuenta de que no he prestado atención al camino, que es casi  de noche y que no voy a saber volver más tarde. Después de cruzar un paso de cebra el hombre me pregunta ¿pero por qué crees que es importante que la gente utilice su imaginación? De nuevo, sin pensar y deduzco que alentada subconscientemente por la sobredosis de mundo frenético que me envuelve, le contesto que para desconectar del mundo. El hombre abre la boca, comienza una frase que no termina. Su joven amigo se para. Hemos llegado a Bethnal Green. Yo sonrío para darle las gracias por haberme guiado pero enseguida devuelvo la mirada al maestro de las finanzas. Su boca ya se ha cerrado y tiene el gesto de continuar su marcha. Tengo la sensación de que iba a decir algo importante, una información, un juicio de valor erudito sobre lo equivocado de mis ideas, un consejo quizás, una revelación… pero no dice nada, mueve su mano en dirección opuesta a mí en señal de que se marcha. Yo intento retenerle, les pregunto qué van a hacer ahora, si tienen prisa. Van a la oficina, se van, es definitivo. No hay información para mí.

Bajo las escaleras del metro pensando en el Taller de Imaginación. Me gusta mucho esa idea. La tuve hace tiempo, pero fue el año pasado cuando decidí desarrollarla, con bibliografía y todo. Aunque leí bastante no pasé de escribir cuatro páginas. Pero lo tengo guardado en la carpeta de proyectos (si esto me sirve de consuelo). Seguí pensando, como supongo que inevitablemente y por desgracia hacemos casi todos, en qué habría pensado el hombre de mí. Que qué beneficios económicos iba a producir la imaginación. Que era una idea que no valía nada y que había malgastado una tarjeta conmigo.  Luego pensé en su pregunta, hacía buenas preguntas el tipo, ¿por qué creía que la imaginación era importante para las personas? Antes dije para desconectar del mundo, creo que en realidad quería decir para desconectar del miedo. En los últimos días he tenido bastantes miedos. Miedo a quedarme en la calle. Miedo a no tener dinero. Miedo a fracasar. Pero miedo también a triunfar y cambiar. Miedo a dejar de ser yo –ego haciendo ruido en el preámbulo de su muerte-. El miedo es imaginación. No existe. Nosotros lo creamos. Por eso pienso que un taller de imaginación puede ser muy útil. Utilizando la imaginación, haciéndonos conscientes de que es una herramienta a nuestra disposición nos volvemos, mucha gente diría poderosos, yo digo nosotros mismos, pues el cerebro es nuestro, es normal que sepamos utilizar sus herramientas de manera beneficiosa para nosotros. Por ejemplo, si tú tienes un coche y sabes que el volante está conectado con las ruedas, cuando quieras girar las ruedas a la derecha ¡¡¡no moverás el volante a la izquierda!!! Eso sería de zolopendrio, muy bien. Pues si tienes imaginación ¡¡¡tampoco la uses para sabotearte la vida!!!

Quizás el maestro de las finanzas no me diera ninguna respuesta pero me formuló la pregunta adecuada!

Dando vueltas a este rollo de la imaginación he caído en la cuenta del misterio que la envuelve. De cómo a través de ella podemos saltar de una situación a otra. De un estado de ánimo a otro como por arte de magia, como accionar el interruptor de la luz. Por ejemplo, el otro día estaba en el metro, un agujero en pleno agosto pero sin cielo, la gente tiene prisa… ya sabéis cómo es aquello. Yo estaba hasta la polla, o hasta el coño o la coronilla o todos juntos, ese día o en ese momento, arriba del todo de unas escaleras mecánicas infinitas y con una inclinación vertiginosa. No sé qué me habría pasado, probablemente sólo estaba cansada y quería volver a casa pronto y cenar y no tener que compartir mi espacio vital con cientos de personas con las mismas ganas que yo de llegar a su casa, entre empujones, resoplidos y olores desagradables. De repente y sin venir a cuento erguí mi postura, saqué pecho y cerré los ojos. Decidí que prefería estar en la cima de un acantilado y sí, sentí el viento dándome una buena bofetada de aire fresco. Luego me lancé al mar de cabeza, con ese movimiento sensual de sirena que ondula el culo respingón y escamoso para una vez dentro del agua saludar con la cola. Qué frescura y qué liviandad poder nadar por encima de todas las personas que caminaban bajo el suelo. Conmigo avanzaban tortugas marinas y peces de colores haciendo burbujas de aire. Antes de que pudiera darme cuenta de que no tenía branquias ya había llegado mi tren y yo estaba sonriente disfrutando del viaje, todavía flotando en mis recuerdos imaginarios, impregnada de sensaciones que realmente había vivido.


En otra ocasión, recuerdo que estaba totalmente agotada, un día loco de beber mucho café y comer poco, patearse la ciudad bajo la lluvia sin paraguas mirando ratoneras a precios de yate con piscina y pensar ¿pero dónde coño me he metido? Ya en el metro, rodeada de desconocidos completamente ajenos a mis sufrires, me repliego sobre mí misma enumerando quejas de todo lo que no me gusta, una cosa detrás de otra y cuándo se termina vuelvo a empezar, pero quizá haciendo un salteado y concentrándome más en una de las cosas que antes había pasado un poco por alto y luego vuelvo a resarcirme con aquella y bueno, no sé si lo habréis probado, pero una se puede tirar así horas con el prodigioso resultado de que el pequeño copo de nieve después de rodar por toda la montaña se ha convertido en una temible avalancha de mala ostia… pues justo en ese momento previo a la explosión se apagan las luces del metro, aminora la velocidad y se oyen ruidos de maquinaria que se choca. Nos paramos. Por unos segundos pienso lo peor. Una bomba. Ahora todo explota, salimos volando entre las piedras y adiós muy buenas. Entonces veo a dios y sí, me lo imagino barbudo y de blanco –por más que me empeño en trabajar mi imagen de dios como un ente sin género- el caso es que le veo y se está partiendo el culo, señalándome con el dedo y diciéndome ¡esto era la vida albita! ¡un chiste! ¡ja ja ja ja ja…! Y se ríe a carcajadas. Está sentado en su trono que es una silla de madera marrón oscuro encima de una nube sobre un fondo azul obviamente cielo y la toga se le ha caído hacia dentro de tanto golpear el suelo y darse palmadas en la pierna entre carcajada y carcajada, de modo que puedo ver su pantorrilla, no tiene un solo pelo, o a lo mejor son blancos. ¡Todo es un chiste, tonta! Sigue riendo.  Un chiste y yo aquí overthinking a todo trapo ¡¡¡para nada!!! Porque vamos a acabar todos en el mismo sitio, pienso mientras dios sigue descojonándose en mi cara. Inmediatamente vuelven las luces, el metro se pone a funcionar de nuevo, coge velocidad y yo… yo sonrío y dejo de dar vueltas a cosas que posiblemente no merezcan tanta importancia, porque puede que la vida sea un chiste y aunque no lo fuera, los que se ríen ¡eso que se llevan!