jueves, 27 de septiembre de 2012

Onanismo bipolar


En mi soledad nocturna de consuelo acariciado, en mi cuerpo reticente al placer, me empujo fuera de este desvelado aburrimiento, fuera de la frenética sucesión de sístole y diástole.

Fuera, en la punta de mis pechos, todo sigue redondeado. Mis pliegues permanecen mudos. Es mi mente la única que ha hablado.

“Cualquier tontería puede desembocar en orgasmo”.

“Por favor, más no” dice una voz escondida, que pide perdón y recuerda el dolor de... Otro.

Pero tras unos monótonos minutos automáticos de lugares conocidos, gime y se diseca como una guarra con la boca torcida, que espasmo tras espasmo vuelve los ojos perdiendo el control hasta dibujar una mueca espantosa. “Oh dios mío... cuánto necesitaba... este desahogo...” se la escucha en un hilo de voz mientras deshace el siniestro puzle de su rostro, como si poco a poco su espíritu volviera a ella y el demonio ya se fuera. Entonces lo piensa, reboza sus sesos en la fealdad del momento anterior. Entorna los ojos enfocando al más allá, traga saliva y al final se consuela: podría haber sido mucho peor de haberlo compartido con otro. 

Ya no quiere compartir nada con nadie, se siente fea por dentro, un monstruo incapaz de amar; de amarse a sí misma, sólo se folla.

Según emergen estas revelaciones en su pensamiento, una pequeñísima luz se enciende, digamos en su corazón, por localizarla en un lugar que todos conozcamos. Enciende una sonrisa que moja sus labios y de pronto comprende algo: se da lástima.

Por eso deja caer la mano suavemente sobre su clítoris; por eso se acaricia haciendo círculos, pequeños y grandes que van envolviendo su cuerpo progresivamente en agradables descargas de placer –escalofríos cálidos que comienzan en una parte del cuerpo y recorren caminos invisibles hasta el hipotálamo, donde entregan el mensaje de “ahhh...estoy agustísimo... oh... ohhh” al comandante en funciones Cerebelo Cerebrulus-.

“Esto es lo que me merezco” piensa al recibir plenamente el envío, y al instante se lleva la mano a la boca, la humedece con abundante saliva que reparte con lentas caricias sobre la suave piel de sus, ahora sí, erectos pezones. Con el resto del jugo arropa ese tesoro, que cual perla de una ostra, se esconde entre sus labios rosados y carnosos.

Y goza.

Sin pensar en nadie.

Sólo siente que se va de viaje. Se le antoja un trip psicodélico.

Se mueve… su mano derecha vibra, queriendo alcanzar todas y cada una de las terminaciones nerviosas que se extienden alrededor de la membrana nacarada. Se extienden como si no tuvieran fin. Su otra mano, dedito a dedito, se desliza de la boca a los pechos presionándolos con un gusto infantil por lo mullido, por lo suave, por lo blando y firme. 

Ambas extremidades trabajan juntas en busca de colorines que exploten en la mente devolviéndola al pacífico kaos del universo.

¡Oh bendita perla mía! Doy gracias a tus múltiples terminaciones nerviosas. Te amo, sí, creo que te amo, más que a ningún hombre que jamás te haya tocado, creo que te amo a ti.

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