miércoles, 23 de mayo de 2012

alas de librería


Despierto para soñar por las calles con los sueños que otras mentes hicieron realidad.
Hoy me levanté valiente y acepté el desafío de los rostros tristes, con todas sus excusas para maldecir la vida. Jodeos infelices pues hoy soy fuerte para dejarme arrastrar por vuestras visiones cenagosas. Me río en vuestra cara y acometo con mis chistes, con mis gracias y mi amabilidad.
Todo fortuito, dando pinceladas de belleza que ayer tragué para ceñirme al protocolo de la ciénaga infernal. El resultado fue una úlcera y dolor de cabeza. Por eso hoy quiero que os jodáis vosotros. Por eso y porque el mundo sigue siendo bello, a pesar de vosotros, tristes rostros, a pesar de vuestra lánguida expresión.
Despierto para soñar por las calles con los sueños que otras mentes hicieron realidad.
Y llueven de mis ojos destellos de entusiasmo. Me posee la creatividad voluptuosa que emana por sorpresa de cualquier rincón. Me dejo seducir por el arte que brota de manera simple o compleja, a través del aire o de nuestras mentes. Y se me hace la boca agua paseando tus estanterías, olisqueando tus miles de cuentos ilustrados que harán de puerta y de ventana. Puedo escuchar a los pequeños y a las pequeñas saltando de mundo en mundo transformando la realidad. Ah… ¡los libros! Trampolín perfecto para vencer el vértigo a la vida, una vez olido, sentido y saboreado. Una vez que nos hemos acostado con él hasta descubrir sus puntos débiles –los de mayor placer. Una vez que hayamos entendido algo sobre el amor, en cualquiera de sus siluetas. Sólo entonces, sólo habiéndolo disfrutado, lo venceremos.
Y yo salto también, me vuelvo niña con pretensiones adultas, cuando tal vez sea una vieja con el síndrome de Peter Pan. Y me convierto en mamá, sólo para jugar con mis cachorros a crear máscaras de purpurina, a rellenar dibujos de mandalas con sales de colores. Para descubrirles las caras de la luna a través de un libro de tapas suaves y gruesas; para presentarles al Principito, mi querido amigo, que ahora surges de entre las páginas ocupando una tercera dimensión.
La verdad es que quiero ser niña otra vez, lo mire por donde lo mire, no dejo de imaginar cómo sería tener cinco años y pasear entre estas hojas. Y bucear en los dibujos que un día de grande me salvarán. Son trazos esparcidos que imaginan mil historias que otros re-imaginarán. Pequeños y  grandes acudirán para arroparse con sus páginas y de este modo podrán protegerse de la nube tóxica, que convierte los sueños en algo impalpable bajo las órdenes del látigo de la realidad. La realidad del deber y la obligación de ser rostros tristes, que si un día algo soñaron, ya dejaron de soñar. Y lo peor de todo es que a nadie ya le importa, porque a base de cemento y hormigón, de horarios y salarios –ávidos a final de mes-, pues olvidan por ejemplo, la asombrosa forma con que cada árbol pinta a sus hojas, por no hablar de la sutileza de una pluma en un animal, que no sólo es suave, sino que le ayuda a volar; o la despedida del sol envuelto en luces de fiesta, dibujando cada día un cuadro diferente sobre el techo de la tierra. Y así, inconscientes de la presencia del arte en la vida, de la inminente necesidad de la belleza para respirar. ¡Inconscientes! el alma se debilita al intentar sin nuestra ayuda palpar el sueño que nos robaron. Y nos vendieron. Y si no sabemos esto, sólo seremos esclavos del cemento y del hormigón, de los horarios y los salarios. Rostros tristes que vislumbran la sonrisa tras un pedazo de papel sucio y maloliente.
Me deshago de la piedra de la esclavitud y asciendo entre las nubes cazando imágenes de felicidad que se traducen en un hogar con muebles de madera y las alfombras coloridas de mamá, y sus cojines en el cuarto de estar. Encima de la mesita está la plantilla del mandala coloreada torpemente y a la mitad. En las paredes hay dibujos y una máscara del dios hindú con cara de elefante que brilla de purpurinas rosas y violetas. Mis cachorros corretean incordiando al jefe de la manada, que inventa historias de duendes y garrapatas que echaban carreras usando como cuadrigas a los perros rabiosos. Les tiraban de los pelos y estos se perdían entre los árboles a la velocidad de la luz. O era entre las estrellas. Y le miro a punto de estallar de la risa. Y estallo y levanto la tapa de la cazuela. Se siente el aroma rico del hinojo y el pescado, y de la sal que ola tras ola, viaja hasta nuestras narices con el sonido de la respiración del mar.
Y todo en un paseo entre las estanterías de esta tienda que abre puertas a otros mundos y por eso yo no la quiero cruzar, porque vuelvo a la ciudad y agarro mi bicicleta y echo a volar. Me mantengo en la blanca nube hasta el semáforo de la iglesia que hace esquina. Pero no, el gris del suelo me recuerda que no, como lo hace el tubo de escape de los coches que omnipresentemente atufan la ciudad. Volví a la nube tóxica. De nuevo entre sus redes pedaleo con fuerza, quiero escapar y arriesgo mi cuerpo y el de los viandantes en un ademán de sentir algo más allá. Pero más allá no hay lo mismo que detrás de los libros. Más adelante hay un autobús y un coche negro, que se sitúa ambiguamente ni detrás, ni al lado del bus. Pero deja un espacio junto a la acera, por el que quizás todo derechita quepa mi maltratada bicicleta. Y allá voy, a jugármela, segregando adrenalina, desde dónde quiera que esté la glándula, hacia la estrechez del espacio. No lo pienso, sólo quiero huir de la nube tóxica. Y chirrían mis frenos en un pis-pás, aturdidos por el movimiento inesperado del egoísta coche negro. Y me cabreo, me cabreo como hay vida y corre sangre por mis venas. Y la adrenalina se atasca en mi garganta como la bici ante el coche, y clama por ser escupida en el rostro de alguien. Y lo hago, sin vacilar.
Es un chico con un hombre viejo al lado. Seguramente le haya tocado pringar para llevar hoy a su abuelo a comer a casa de su madre. Y me preguntan si acaso me ha pasado algo. Pues claro, a todos nos pasa algo. A pesar de las buenas intenciones con las que nos convenzamos a nosotros mismos cada mañana para sacar el pie de la cama y enfrentarnos a un nuevo día. El latigazo está ahí, al acecho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario